Siento la necesidad de escribir sobre mi experiencia, esperando que me sirva como vía de escape, como camino de reflexión, como guía hacia la redención.
Viví mi primer embarazo con una felicidad completa, preparada para dar a luz a mi niña, dispuesta a soportar el dolor, a que tuviesen que hacerme episectomía, ... Lo que nunca me había planteado es que tuviesen que hacerme cesárea. Mi madre ha parido 5 veces y las 5 fueron rápidas y por vía vaginal. Y yo, ingenua de mí, pensaba que iba a heredarlo. Pues bien, el día del parto llegó. A las 12:00 del mediodía sentía muchas molestias, así que me fui al hospital. Allí me dijeron que estaba de parto pero que aún faltaba mucho, así que lo mejor sería que volviera a casa donde podía estar más cómoda, ducharme,... Así lo hice. Estuve en casa hasta la 1:00 de la madrugada cuando ya tenía dolores más fuertes. Entonces volví al hospital y ya me dejaron allí, aunque todavía sólo tenía 1 cm de dilatación. En la exploración me rompieron la bolsa y yo pensaba que todo iría más rápido a partir de ahí, pero no fue así. A las 7:00 de la mañana sólo estaba de 4 cm, pero ya me pusieron la epidural. Y menos mal, porque hasta las 16:00 no estuve dilatada de 10 cm. En ese momento empecé a realizar los pujos y así estuvimos 3 horas. Primero en la sala de dilatación y luego en el paritorio. Pero Elena no quería salir. Aunque estaba totalmente dilatada, en cada pujo bajaba y luego volvía a subir. Así que me dijeron que tenían que hacerme cesárea. No consiguieron hacer nada por evitarlo. A mí se me vino el mundo encima. Después de la cantidad de horas de esfuerzo tanto por mi parte como por la de mi niña, yo no iba a ser capaz de parirla. No podía parar de llorar. Me durmieron por completo y cuando desperté mi niña ya estaba fuera. La tenían las enfermeras y yo, que tenía los brazos atados a la camilla, no podía cogerla. Tan sólo me la pusieron al lado de mi cara para que pudiese verla y darle un beso, y a continuación se la llevaron. Afortunadamente luego me enteré que estuvo todo el tiempo con su padre, pero no lo supe hasta 5 horas después. Sí, estuve 5 horas en el despertar, sin poder ver, tocar, dar de mamar a mi niña, rodeada de otras mujeres, enfermas de distintas cosas. No podía parar de llorar. Después de esas 5 horas, cuando ya eran las 00:30 de la noche, me sacaron de la zona del despertar y me llevaron a donde estaba mi familia. Allí estaban los que habían sido capaces de esperar ese interminable número de horas, y entonces mi madre me miró y me preguntó: ¿Qué?, ¿qué te ha parecido parir? Y las dos nos pusimos a llorar sin consuelo. Porque yo siempre había escuchado que era el momento más bonito de tu vida, porque mi madre misma lo había vivido así, y sin embargo para mi había sido un calvario tan grande que hoy día, cuando ya han pasado 3 años, aún lloro cada vez que lo pienso, lo hablo o lo escribo. Finalmente me subieron a la habitación y allí estaban, mi marido con mi niña en brazos. Por fin pude cogerla y darle el pecho. Ya nunca la solté. Siempre que puedo la cojo en brazos, intentando rellenar esas 5 horas que estuvimos separadas, consciente de que nunca lo conseguiré.
Viví mi primer embarazo con una felicidad completa, preparada para dar a luz a mi niña, dispuesta a soportar el dolor, a que tuviesen que hacerme episectomía, ... Lo que nunca me había planteado es que tuviesen que hacerme cesárea. Mi madre ha parido 5 veces y las 5 fueron rápidas y por vía vaginal. Y yo, ingenua de mí, pensaba que iba a heredarlo. Pues bien, el día del parto llegó. A las 12:00 del mediodía sentía muchas molestias, así que me fui al hospital. Allí me dijeron que estaba de parto pero que aún faltaba mucho, así que lo mejor sería que volviera a casa donde podía estar más cómoda, ducharme,... Así lo hice. Estuve en casa hasta la 1:00 de la madrugada cuando ya tenía dolores más fuertes. Entonces volví al hospital y ya me dejaron allí, aunque todavía sólo tenía 1 cm de dilatación. En la exploración me rompieron la bolsa y yo pensaba que todo iría más rápido a partir de ahí, pero no fue así. A las 7:00 de la mañana sólo estaba de 4 cm, pero ya me pusieron la epidural. Y menos mal, porque hasta las 16:00 no estuve dilatada de 10 cm. En ese momento empecé a realizar los pujos y así estuvimos 3 horas. Primero en la sala de dilatación y luego en el paritorio. Pero Elena no quería salir. Aunque estaba totalmente dilatada, en cada pujo bajaba y luego volvía a subir. Así que me dijeron que tenían que hacerme cesárea. No consiguieron hacer nada por evitarlo. A mí se me vino el mundo encima. Después de la cantidad de horas de esfuerzo tanto por mi parte como por la de mi niña, yo no iba a ser capaz de parirla. No podía parar de llorar. Me durmieron por completo y cuando desperté mi niña ya estaba fuera. La tenían las enfermeras y yo, que tenía los brazos atados a la camilla, no podía cogerla. Tan sólo me la pusieron al lado de mi cara para que pudiese verla y darle un beso, y a continuación se la llevaron. Afortunadamente luego me enteré que estuvo todo el tiempo con su padre, pero no lo supe hasta 5 horas después. Sí, estuve 5 horas en el despertar, sin poder ver, tocar, dar de mamar a mi niña, rodeada de otras mujeres, enfermas de distintas cosas. No podía parar de llorar. Después de esas 5 horas, cuando ya eran las 00:30 de la noche, me sacaron de la zona del despertar y me llevaron a donde estaba mi familia. Allí estaban los que habían sido capaces de esperar ese interminable número de horas, y entonces mi madre me miró y me preguntó: ¿Qué?, ¿qué te ha parecido parir? Y las dos nos pusimos a llorar sin consuelo. Porque yo siempre había escuchado que era el momento más bonito de tu vida, porque mi madre misma lo había vivido así, y sin embargo para mi había sido un calvario tan grande que hoy día, cuando ya han pasado 3 años, aún lloro cada vez que lo pienso, lo hablo o lo escribo. Finalmente me subieron a la habitación y allí estaban, mi marido con mi niña en brazos. Por fin pude cogerla y darle el pecho. Ya nunca la solté. Siempre que puedo la cojo en brazos, intentando rellenar esas 5 horas que estuvimos separadas, consciente de que nunca lo conseguiré.
Dos años después me quedé embarazada de mi segundo hijo. Pensé que por fin podría resarcirme dando a luz a mi retoño de una forma más natural. Pero tampoco fue así. Estuvo de nalgas casi desde el principio, y así se mantuvo hasta el final. Así que me programaron la cesárea en la semana 40. Esta vez fue menos traumática porque, como digo, fue programada, así que ya sabía a lo que iba. Además fue muy rápido. En 20 minutos mi niño estaba fuera y yo estuve consciente en todo momento y lo pude tocar en cuanto nació. Y en cuanto terminaron de coserme lo pusieron en mis brazos, por lo que pasamos el despertar juntos, empezando a conocernos cara a cara, comiendo de mi desde su primera hora de vida.
Aunque esta segunda experiencia fue mucho más bonita y gratificante que la primera, no puedo evitar sentirme incompleta, incapaz de dar a luz, de ser mujer en la naturaleza misma de lo que eso significa. Con el tiempo espero ser capaz de perdonarme a mi misma.